miércoles, 19 de febrero de 2014

¿Cambio del enfoque saudita?



Arabia Saudita reemplazó a su veterano jefe de Inteligencia, Príncipe Bandar Bin Sultan, como líder de los esfuerzos del reino de armar y financiar los rebeldes sirios, por el Ministro del Interior, Príncipe Mohammed bin Nayef, quien ha ganado elogios en Washington por su labor antiterrorista contra Al-Qaeda en Yemen y en otros lugares; ahora es una figura principal en la realización de la política para Siria, un consejero real y un analista de seguridad. El Príncipe Miteb bin Abdullah, hijo del rey Abdullah y Jefe de la Guardia Nacional de Arabia, también ha asumido una mayor cuota de responsabilidad en la política del reino hacia Siria, según informaron los asesores sauditas.

Algunos se preguntan si el Príncipe Bandar está sufriendo de una enfermedad "diplomática", luego de su notoria ausencia en las funciones públicas a principios de este año, oficialmente por razones médicas, tal como se justificó hace unas pocas semanas atrás. Una señal llamativa ocurrió la semana pasada, cuando el rey Abdullah emitió un decreto imponiendo penas de prisión de hasta 20 años, para los saudíes que vayan al extranjero a luchar; Bandar no tuvo resultados con su política para Siria, que incluyen a los campos de entrenamiento en Jordania y los envíos de armas y dinero, y ahora Arabia Saudita apunta más hacia una política contraterrorista.

Susan Rice, la asesora de Seguridad Nacional de EE.UU., se reunió con el príncipe Mohammed para discutir la estrategia en Siria. Sin embargo, fuentes advierten que el presidente Obama aún desconfía de cualquier escalada importante en Siria, que implique directamente a fuerzas estadounidenses. EE.UU. se opone a zonas de exclusión aérea, por ejemplo, aunque el llamado de la administración de corredores seguros para prestar asistencia humanitaria puede llevar al establecimiento de zonas seguras de facto si el Consejo de Seguridad no llega a un acuerdo formal al respecto.

Como consecuencia de la imposibilidad de derrocar a Al-Assad o destruir el gobierno sirio y su aparto, el gobierno de Obama -reacio y políticamente incapaz de participar en actos de abierta agresión- está empleando una estrategia de realpolitik, utilizando principalmente el militarismo encubierto para apaciguar a los deseos de los halcones neoconservadores en el Congreso y de sus aliados regionales más cercanos -Riad y Tel Aviv- evitando al mismo tiempo la posibilidad de ser arrastrado a una nueva intervención militar abierta. El punto es que la guerra civil está en las montañas de Qalamoun -para liberar a Yabroud- y asegurar las rutas logísticas de Líbano; por otra parte, si se aumenta el volumen de armas de los rebeldes del Sur, será una nueva repetición de resultados devastadores: desplazamiento de civiles, destrucción de la infraestructura civil, bloqueo de alimentos y servicios públicos junto a más víctimas.

También se debe tener en cuenta que tanto Israel como Arabia Saudita tienen profundos intereses en la región, que a su vez, juegan un papel fundamental al momento de la formulación de la política exterior de EE.UU. para Siria. Los mismos aliados del presidente Al-Assad -Irán y Hezbollah, junto al propio gobierno sirio- son una amenaza para los intereses sauditas-israelíes, por lo que se entremezclan esos objetivos particulares de cada Estado bajo el interés de protección de la población siria. La desintegración de “los ejes del mal” regionales ha sido la máxima prioridad para Riad y Tel Aviv desde antes del inicio de la guerra civil siria, por lo que esta podría ser solo una etapa más.

Arabia Saudita tiene una larga historia en comprometer a EE.UU. en las guerras del Medio Oriente para sus propios intereses. Los sauditas ayudaron a EE.UU a financiar los muyahidines que lucharon en Afganistán contra los rusos, esos elementos posteriormente constituyeron Al-Qaeda y la mayoría de los secuestradores del 9-11 eran saudíes dirigidos Bin Laden, otro saudita. La primera guerra del Golfo de 1991 para sacar a Saddam Hussein de Kuwait se libró en gran parte en defensa de Arabia Saudita; Riad alentó al gobierno de Bush de invadir Irak en 2003. Y el rey Abdullah ha instado reiteradamente a Washington para que ataque Irán, para asegurar los intereses saudíes en la división regional entre sunitas y chiitas.

Es demasiado pronto para decir si este cambio de política es solo cosmético o tendrá influencia real en el campo de batalla. Los rebeldes del Ejército Libre Sirio (ELS) han reorganizado su estructura de mando, que debe encajar mejor con la nueva alianza de Inteligencia, dejando de lado al Gral. Salim Idriss poniendo al Brig. Gral. Abdul- Ilah Al-Bashir a cargo del Comando Militar Supremo del ELS. Este cambio también significa un nuevo modelo de organización: Idriss fue respaldado por funcionarios norteamericanos porque defendía la preservación de la estructura militar y estatal siria -pero tuvo escaso apoyo entre los combatientes-; ahora, con Al-Bashir, se apuesta por un liderazgo en contacto con los rebeldes en el terreno.

Los cambios sauditas en la supervisión de las operaciones contra Al-Assad ahora pone el esfuerzo en manos de príncipes que se cree han sido del ala más prudente -entre los principales miembros de la realeza- sobre apoyar agresivamente a los rebeldes. Adicionalmente, el Príncipe Mohammed bin Nayef, es una figura antiterrorista a nivel mundial que está en una posición para disipar los temores estadounidenses sobre el destino de las armas occidentales en Siria.

Aun con todos los cambios en marcha y los anunciados, el flujo y armas para los rebeldes históricamente no ha sido determinante en el aumento de la fuerza y ​capacidad de la insurgencia en su conjunto para combatir en una guerra asimétrica; de hecho, la administración Obama ha empleado la técnica del “garrote y la zanahoria” para presionar al gobierno sirio a sentarse en la mesa de negociaciones, pero con las fuerzas oficiales avanzando esta técnica fracasó. Mientras el gobierno en Siria y sus aliados internacionales -Rusia e Irán principalmente- perciban que los rebeldes carecen tanto de la ayuda interna como del apoyo internacional necesario para derrocar a Al-Assad o derrotar al ejército sirio, no habrá una instancia de diálogo viable.



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