La reunión del Grupo de Acción sobre Siria, celebrada el fin de semana en Ginebra, concluyó con un acuerdo sobre la necesidad de formar un gobierno de unidad nacional para superar la actual crisis, luego que las grandes potencias aprobaron una versión muy liviana del plan original de Annan. En la reunión se convino que el gobierno de transición “podría incluir a los miembros del actual gobierno y la oposición y otros grupos, y se dejó en suspenso si el presidente Bashar Al-Assad podría ser parte de un futuro gobierno de transición.
El plan de transición parecía estar condenado el domingo, ya que el resultado fue interpretado por la oposición política como una tabla de salvación para el régimen suministrada por Rusia, debido a que el plan no contemplaba la salida de Al-Assad del poder. Con ninguna señal de compromiso de ningún tipo, por las partes en el conflicto de aceptar el plan de transición, todo indicaría que la violencia podría empeorar aún más.
Rusia, principal aliado internacional de Siria, pareció emerger como el principal ganador de la Conferencia, ya que se llegó a un acuerdo sobre un gobierno de transición pero no se llama explícitamente a la renuncia del presidente sirio; Rusia condujo la sustitución de esa frase por la otra que señala que los miembros en el gobierno decidirán por "consentimiento mutuo", dándole a ambas partes el poder de veto. La declaración de Ginebra es una señal de la ambigüedad y del recelo entre las partes que no han podido establecer un mínimo de imposición para el régimen sirio.
Por ello no sorprendió que el canciller ruso, Sergei Lavrov, estuviese "encantado" por el resultado de conversaciones. Lavrov señaló que el proceso político de transición estará dirigido por el pueblo sirio, y que el documento cumple con los principios que conducen a ese proceso y afirma los principios básicos de algunos países democráticos -incluido el respeto de los derechos humanos y los derechos de las minorías y sectas- además de insistir en la necesidad de elecciones libres y democráticas.
Este lunes, los principales grupos de la oposición de exiliados sirios se reunieron en El Cairo para establecer una visión común sobre la transición política en Siria, después de criticar el plan convenido en Ginebra. Nabil Elaraby, Secretario de la Liga Árabe, presidió la reunión a la que asistieron alrededor de 250 figuras de la oposición e instó a los grupos de la oposición a "no desperdiciar esta oportunidad y a unirse".
Los combatientes rebeldes y activistas políticos, dentro de Siria, anunciaron su boicot a la reunión de El Cairo, denunciándola como una "conspiración" que sirvió a los objetivos de la política de Damasco. Los firmantes criticaron la agenda de Egipto y rechazaron la idea de una intervención militar extranjera “para salvar al pueblo” y pidieron que se haga caso omiso de la cuestión de las zonas de amortiguamiento -protegidas por la comunidad internacional-, los corredores humanitarios y un embargo aéreo.
Hoy el Observatorio para los Derechos Humanos de Siria dijo que más de 16.500 personas han muerto desde el inicio de los levantamientos en marzo de 2011, los muertos incluyen: 11.486 civiles, 4.151 tropas del gobierno y 870 desertores del ejército; por otra parte, ONU ha dejado de publicar sus propias estimaciones de la cifra de muertos. Durante su discurso ante el Consejo de Derechos Humanos, en Ginebra, el representante sirio, Faisal Al-Hamwi, dijo que una conspiración mundial contra Siria tiene por objeto lograr el deseo de Israel de instigar a la lucha entre el pueblo sirio y no descartó que su país suspenda toda forma de la cooperación con los organismos de DDHH de ONU.
La respuesta de la OTAN, frente al derribo de un avión de uno de sus Estados miembros, es un indicio de lo limitadas que son las opciones disponibles para los países occidentales frente a la situación en Siria; un incidente como ese habría sido utilizado como pretexto para una iniciar una gran escalada en el enfrentamiento pero, en cambio, solo le dio una respuesta diplomática relativamente tímida. Por otra parte, la predisposición de Rusia para hacer retroceder los planes de EE.UU. fue evidente cuando se esforzó por apoyar la invitación para que Irán fuese parte de la conferencia de Ginebra.
Las negociaciones ruso-estadounidenses son, en el fondo, un juego de negación y aunque un tanto cínicamente escondidos detrás de las acusaciones mutuas, tanto Clinton como Lavrov, reconocen la influencia de Irán sobre Irak y su relación con su aliado Hezbollah en Líbano; por ello Arabia Saudita debió garantizar los derechos de los sunitas en Líbano e Irak, frente al surgimiento de Bagdad como un centro de poder chiita, y esto ha causado una fuerte tensión intrarregional.
Desde una visión de realpolitik, el verdadero objeto de las conversaciones entre las potencias gira en torno a la determinación de Occidente por asegurarse el petróleo y el gas -en particular de los Estados del Golfo- sin depender de los suministros de Rusia, que controla el flujo de energía a la UE y le ha conferido un enorme poder geopolítico. La región tiene dos rutas de petróleo a Occidente que son fundamentales: una de Qatar y Arabia Saudita a través de Jordania y Siria y el Mediterráneo a la UE mientras que la otra va desde Irán a través de las aéreas chiitas del sur de Irak y Siria, hasta el Mediterráneo y a la UE.
Por ello el plan actual de transición no es una verdadera solución, sino que solo plantea la necesidad de incluir a Rusia en el proceso de manera directa, para que en vez de verlo desde afuera, ahora lo sienta directamente; este punto comenzará a limitar la capacidad de apoyo de Moscú hacia Al-Assad. Ahora Rusia deberá negociar con la oposición siria un gobierno de unidad, aunque no esté de acuerdo con ello, mientras que EE.UU. habrá ganado más tiempo para desgastar al régimen sirio evitándose la totalidad de la responsabilidad.
Hay dos factores que determinarán la suerte del plan. El primero es que EE.UU., luego de Irak y Libia, pareciera haber aprendido que no se puede descabezar un régimen sino existe una oposición que esté en capacidad de hacerse cargo del poder asumiendo el control y la autoridad. Un país acéfalo, o con milicias rivales disputándose el liderazgo, puede ser tanto o más mortal para la sociedad que el propio régimen depuesto.
El segundo factor es la falta de una oposición unificada. No existe hoy en Siria un liderazgo capaz de asumir el control nacional y las diferentes partes no tienen una plataforma mínima en común; de hecho existen más de cien milicias rebeldes que no solo luchan contra Al-Assad sino que lo harán entre ellas para establecerse como los únicos referentes, mientras que la oposición política no asimila la idea de negociar con otras facciones sino que tiene como única meta la caída de Al-Assad.
Que las milicias estén más organizadas y que la oposición tenga reuniones más periódicas son señales del surgimiento de una nueva construcción social que está creciendo en Siria, como todo proceso político-social requiere de un tiempo para que pueda madurar y ciertamente el establecimiento de un “Estado paralelo” apoyado desde el exterior no ayudará a los intereses sirios sino que agravará el actual nivel de violencia en el terreno.
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