En lo que los activistas declararon un "Viernes de Desafío", miles de manifestantes se reunieron después de las oraciones del mediodía en decenas de pueblos y ciudades a través de Siria, a pesar de la implementación de fuertes medidas de seguridad por parte del gobierno y los acantonamientos de las fuerzas militares en las zonas más conflictiva, en un intento por contener los levantamientos que ya cumplieron las siete semanas.
Ambas partes en el levantamiento -el mayor desafío a cuatro décadas de gobierno de la familia Assad- parecen estar decididos a imponer su posición a un público incierto. El régimen, aparentemente recuperado, ha llevado a cabo ofensivas decisivas durante las dos últimas semanas, con el despliegue de las fuerzas armadas –se estima que cerca de un millón de efectivos del ejército, las milicias armadas alawitas, las milicia armadas baathistas, la policía y los servicios de seguridad- en un intento de retomar la iniciativa y poner a la oposición a la defensiva.
Dentro del esquema de recuperación de la iniciativa por parte del régimen sirio, además del uso de la fuerza, se ha implementado una fuerte campaña de propaganda con operaciones de Inteligencia, que se basan en el slogan “Bashar o el caos”; en lo que parece ser el nuevo mantra de los nuevos medios de comunicación en Siria, las autoridades sirias buscan desacreditar al movimiento de protesta.
Carteles y avisos publicitarios con leyendas tales como: "Nosotros Siria", "Los colaboradores buscan la discordia", "Sí a la estabilidad en lugar de caos", y "La libertad no es sabotaje", son transmitidos por las cadenas de televisión en Damasco y empapelan las paredes de las ciudades.
Si bien hay indicios que llaman a la unidad nacional y a la convivencia entre las comunidades, es evidente que en este país multi-confesional, las autoridades quieren transmitir el mensaje de que los manifestantes contra el gobierno son los extremistas que quieren romper la armonía prevaleciente y así provocar en la sociedad el temor de una guerra civil étnico-religiosa similar a la padecida por Iraq y temida por la población siria.
Desde los primeros días del levantamiento, hay gran división en Siria entre los sectores leales al régimen –principalmente fuerzas de seguridad, empresarios y políticos- y los sectores revolucionarios que apoyado las manifestaciones con gran entusiasmo, en particular por pura desesperación debido al estado de su vida cotidiana. La mayoría se trata de de los sirios -pobres y oprimidos- que antes apoyaban al régimen por los privilegios que desde él se desprendían hacia estos sectores y que necesitaban para sobrevivir.
Ahora está surgiendo un tercer grupo que está apoyado al régimen por temor a un futuro desconocido. Este grupo es la clase media, formado por personas que poseen empresas y comercios, que se ven afectados por las intervenciones militares dentro de las ciudades y que les hace temer que su futuro inmediato sea similar al libio con una guerra civil en ciernes.
Dentro del esquema de recuperación de la iniciativa por parte del régimen sirio, además del uso de la fuerza, se ha implementado una fuerte campaña de propaganda con operaciones de Inteligencia, que se basan en el slogan “Bashar o el caos”; en lo que parece ser el nuevo mantra de los nuevos medios de comunicación en Siria, las autoridades sirias buscan desacreditar al movimiento de protesta.
Carteles y avisos publicitarios con leyendas tales como: "Nosotros Siria", "Los colaboradores buscan la discordia", "Sí a la estabilidad en lugar de caos", y "La libertad no es sabotaje", son transmitidos por las cadenas de televisión en Damasco y empapelan las paredes de las ciudades.
Si bien hay indicios que llaman a la unidad nacional y a la convivencia entre las comunidades, es evidente que en este país multi-confesional, las autoridades quieren transmitir el mensaje de que los manifestantes contra el gobierno son los extremistas que quieren romper la armonía prevaleciente y así provocar en la sociedad el temor de una guerra civil étnico-religiosa similar a la padecida por Iraq y temida por la población siria.
Desde los primeros días del levantamiento, hay gran división en Siria entre los sectores leales al régimen –principalmente fuerzas de seguridad, empresarios y políticos- y los sectores revolucionarios que apoyado las manifestaciones con gran entusiasmo, en particular por pura desesperación debido al estado de su vida cotidiana. La mayoría se trata de de los sirios -pobres y oprimidos- que antes apoyaban al régimen por los privilegios que desde él se desprendían hacia estos sectores y que necesitaban para sobrevivir.
Ahora está surgiendo un tercer grupo que está apoyado al régimen por temor a un futuro desconocido. Este grupo es la clase media, formado por personas que poseen empresas y comercios, que se ven afectados por las intervenciones militares dentro de las ciudades y que les hace temer que su futuro inmediato sea similar al libio con una guerra civil en ciernes.
Pero la evaluación errónea del régimen sobre los métodos elegidos para mantenerse en el poder, ha llevado a que este grupo fluctúe entre su apoyo al presidente Al-Assad y a los manifestantes; sin lugar a duda estas fluctuaciones son influenciadas por el uso indiscriminado de la fuerza por el régimen sirio.
El hecho de que el presidente Bashar Al-Assad se apoye cada vez más en su base de poder alawita para aplastar las protestas, en lugar de hacerlo en los grupos sociales multi-confesionales, es una señal que los márgenes para las negociaciones son cada vez más reducidos. Al-Assad, envió en esta semana a las unidades del ejército y la policía secreta dominados por funcionarios alawitas para aplastar las manifestaciones urbanas.
Las repetidas insinuaciones del presidente Al-Assad, a modo de advertencia, sobre que los manifestantes estaban cumpliendo una conspiración extranjera para difundir las luchas sectarias –en coincidencia con su llamado a los líderes alawitas a aplastar las manifestaciones- sonaron como una reminiscencia de la retórica de su padre Hafez Al-Assad, cuando se enfrentó a los levantamientos islamistas y seculares en la década de 1980; situación que terminó con una feroz represión a los insurgentes y un elevado número de víctimas.
El hecho de que el presidente Bashar Al-Assad se apoye cada vez más en su base de poder alawita para aplastar las protestas, en lugar de hacerlo en los grupos sociales multi-confesionales, es una señal que los márgenes para las negociaciones son cada vez más reducidos. Al-Assad, envió en esta semana a las unidades del ejército y la policía secreta dominados por funcionarios alawitas para aplastar las manifestaciones urbanas.
Las repetidas insinuaciones del presidente Al-Assad, a modo de advertencia, sobre que los manifestantes estaban cumpliendo una conspiración extranjera para difundir las luchas sectarias –en coincidencia con su llamado a los líderes alawitas a aplastar las manifestaciones- sonaron como una reminiscencia de la retórica de su padre Hafez Al-Assad, cuando se enfrentó a los levantamientos islamistas y seculares en la década de 1980; situación que terminó con una feroz represión a los insurgentes y un elevado número de víctimas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario