Las manifestaciones en Siria comenzaron, a mediados de Marzo, con una serie de peticiones basadas en la derogación de la Ley de Emergencia, la ampliación de los derechos civiles, la reducción de la corrupción y demandas puntuales sobre las necesidades regionales, en el caso de Daraa sobre la sequía que azota a Siria desde hace cinco años.
En ningún caso se observaban demandas que pidieran un cambio del régimen o la dimisión del Presidente Al-Assad, pero esta situación cambió luego del recrudecimiento del uso de la fuerza por parte del régimen junto al aumento de las manifestaciones y de la cantidad de gente en las calles que ahora si piden el fin del gobierno del Partido Ba´ath. La pregunta que surge es si el régimen está en capacidad de sostenerse en el poder y, en el caso de responder afirmativamente, que factores son los que le permite hacerlo.
El primero de ellos está constituido por los servicios de seguridad. Creados por Hafez Assad, poco después de su golpe de estado en 1970, con sus quince ramas y sus cuatro niveles de Inteligencia -escasamente vinculados a cualquier institución civil- están por encima de la ley y sus cabezas reportan directamente al presidente. Son leales en su gran mayoría, lo que asegura un respaldo al régimen; si bien hay situaciones como la designación en 2009 del Ministro de Defensa Mahmoud Ali Habib, primer alawita en años que ocupó ese cargo reservado a los sunitas, la subordinación es muy alta.
La desconfianza entre la Guardia Presidencial y la Cuarta división del ejército fue resuelta con la designación de Maher Assad -hermano más joven del presidente- al frente de esa fuerza; de hecho a la Cuarta división se la considera una milicia privada y muchos de sus funcionarios son los hijos de los veteranos leales a Rifaat Al-Assad - hermano menor de Hafez Assad- que comandó las fuerzas de la feroz represión de Hama en 1982.
Otro factor es la fidelidad de diversos grupos. Desde los empresarios –sunitas de Damasco y Alepo- a los funcionarios drusos y cristianos que ocupan altos cargos, todos gozan del status qou dado por el régimen. El poder de Al-Assad es en su base alawita, pero ahora se ha ampliado la misma a partir del clientelismo y la compra de voluntades de otros grupos sociales; esta situación podría generarle una debilidad interna al régimen si estos actores internos mediante la compra con el apoyo de una gran parte del resto de la población. Si deciden que no tienen nada que perder, esta maniobra ahora podría llegar a ser una debilidad para el régimen
La mayor fisura, y una de las causas principales de los disturbios, están dadas por la brecha entre ricos y pobres, en lugar de grupos religiosos o étnicos. Un canto popular entre los manifestantes es "¡Uno! Uno! Uno! Sirios somos uno! "La mayoría de los sirios son musulmanes practicantes, pero los jóvenes –grupo predominante en las marchas- están vinculados más por pertenencia a redes sociales que ha grupos religiosos.
Dentro de este escenario político sirio, Bashar Al-Assad cuenta con el apoyo de las Fuerzas Armadas y el sustento de un fuerte aparato de seguridad e Inteligencia, sumado a las voluntades de diversos sectores económicos y sociales, la estabilidad del régimen puede ser cuestionada por los manifestantes pero no estaría próximo correría mayor peligro el gobierno de Al-Assad. Teniendo en cuenta los factores previamente analizados, el líder sirio dispone de una serie de opciones para resolver la actual situación.
La primera opción, es quedarse en el poder a sangre y fuego y aseguraría al Presidente sirio la supervivencia del régimen, ya que dispone de los medios para imponerse sobre los manifestantes. Pero también implicaría que su gobierno sea comparado al régimen iraquí de Hussein con todo lo que ello conlleva y aseguraría el aislamiento –aunque ya Al-Assad pasó por ello luego del asesinato de Hariri en 2005- por parte de la mayoría de la comunidad internacional.
Esta opción no respondería, en principio, al perfil político del líder sirio que ha tratado por todos los medios de salir del bloqueo norteamericano mediante reformas a la economía siria con un modelo de apertura. El aspecto más inquietante, dentro de esta opción, es que los dirigentes consideren que el tiempo de las reformas ha pasado y que ahora está en juego la supervivencia misma del régimen, por lo que la única opción es resistir ya que de no hacerlo se derrumbaría el sistema.
Una segunda opción es la actual, que combina reformas y uso de la fuerza, orientada para salir de la coyuntura pero sin resolver las cuestiones de fondo. La noción del uso de la fuerza –para el régimen- sería un elemento de disuasión para restarle participantes a las manifestaciones y reducirle la masa crítica a la oposición.
Esta opción también asegura una imagen fuerte del régimen, inclusive si estuviese proyectando más reformas en el futuro; la imagen de Egipto -donde ante cada demanda satisfecha los manifestantes reclamaban otras- hasta que se reclamó la dimisión del Presidente Mubarak, explicaría porque el régimen sirio actúa de esta manera. Sin embargo, esta opción podría conducir a un espiral de protestas y represión, donde las partes medirían constantemente sus fuerzas y llevaría a un lento pero seguro desgaste de la imagen de Al-Assad, aumentado su deslegitimación, inestabilidad económica y finalmente abriría las puertas a una intervención internacional que terminaría con la familia Al-Assad y la elite siria juzgada por un tribunal internacional, en manos de los rebeldes o exiliados.
La tercera es aceptar que las reformas han llegado para quedarse y no puede ir en contra de la corriente popular. De esta manera, Al-Assad podría manejar los cambios –con tiempos diferentes a los actuales- y realizar reformas concretas y profundas sobre el sistema de partidos; asegurar el cumplimiento de la Constitución en lo referido a la periodicidad de los mandatos; derogar el artículo 8 de la CN -lo que terminaría con la hegemonía del Partido Ba´ath- y derribar los pilares de la corrupción estatal.
Ante la duda sobre si el tiempo está del lado del Presidente Al-Assad, difícilmente pueda ser contestada sin las reformas del otro lado -es decir- mientras la postura sea la misma o las señales no generen en la sociedad la sensación de cambios tangibles, el tiempo se reducirá.
A diferencia de otros líderes árabes, Bashar Al-Assad ha tratado de mejorar su imagen a partir de un perfil más popular y ha buscado cambiar la noción de un régimen distante de la gente –y si bien la represión es dura- un cambio de enfoque al problema podría darle una remozada popularidad.
Si bien es pronto para conjetura r cual será el destino de las manifestaciones sociales en Siria, en este contexto los opositores irán creciendo y, si bien no les resultará facil derrocar al presidente, el hecho de establecer un frente interno de partidos y grupos que sean considerados como una alternativa viable de gobierno constutuye un avance positivo -y hasta novedoso- para la sociedad siria.
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